Soy como cualquier otra chica que va al instituto, hace los deberes, escucha música y se pasa más tiempo del que debería mirando vídeos en YouTube, Instagram y TikTok. No soy famosa, no soy influencer, no tengo miles de seguidores ni una piel perfecta. Soy real. Y estoy harta.
Estoy harta de vivir en un mundo donde todo lo que nos muestran es mentira. Harta de ver anuncios de cremas que prometen milagros en una semana, harta de influencers que te recomiendan blanqueamientos dentales con dientes que ya parecen bombillas LED, y harta de modelos que parecen no haber comido en días y que, aún así, te venden barritas energéticas.
No sé tú, pero yo no me creo nada ya. Y no, esto no es una rabieta adolescente. Esto es una realidad que me ha tocado vivir muy de cerca.
Casi perdí a una de las personas que más quiero en el mundo
Mi mejor amiga, a la que quiero con el alma, casi se muere. Y no lo digo en plan exagerado. Se obsesionó tanto con tener un cuerpo «perfecto» como el de las chicas que salían en las revistas, que acabó desarrollando bulimia.
Todo empezó con comentarios que parecían inocentes: «deberíamos comer menos pan», «mira qué barriga tengo», «tendríamos que ir al gimnasio todos los días».
Pero lo que empezó como una dieta se convirtió en un infierno. Vomitaba en secreto, escondía la comida, y se pasaba horas frente al espejo llorando. Todo porque pensaba que no era suficiente. Que su cuerpo no era «bonito». Que su sonrisa no era «perfecta».
¿Cuándo dejamos de ser personas?
Y yo me pregunto, ¿Cuándo se nos fue la olla? ¿Cuándo dejamos de ser personas para convertirnos en productos? ¿Cuándo decidimos que lo que vale es lo que se ve en la foto, y no lo que somos de verdad por dentro?
Hay una presión brutal por tener una sonrisa blanca, alineada, simétrica, de anuncio. Nos lo meten por los ojos todo el día: en la tele, en los carteles del metro, en los vídeos de TikTok. Nos dicen que una sonrisa bonita te abre puertas, que enamora, que es tu carta de presentación.
Y no digo que no importe, pero ¿dónde queda la salud dental? ¿Dónde queda la prevención, el cuidado, la higiene?
Estética VS. salud dental
He visto a chicas en mi instituto gastarse un dineral en carillas, blanqueamientos o tratamientos estéticos. Chicas de 16 años, con dientes completamente sanos, que se sienten acomplejadas porque no brillan como las sonrisas de los famosos. Y lo peor es que nadie les dice que no hace falta. Que están perfectamente bien como están. Que una sonrisa sana es mucho más importante que una sonrisa «perfecta».
La obsesión por tener una sonrisa perfecta está afectando a muchas personas de mi edad, y es triste. La sociedad nos hace creer que no somos suficientes tal y como somos. Las redes sociales nos muestran solo lo mejor de los demás y nos hacen creer que no tenemos diferencias que nos hacen únicos y especiales. Las adolescentes, al ver estas imágenes constantemente, sienten que deben cumplir con esos estándares, aunque eso pueda afectar su salud.
Lo más importante es cuidar nuestra salud dental, no solo la apariencia. No hay necesidad de intentar encajar en una imagen que no refleja quién eres de verdad. La salud de los dientes va más allá de cómo se ven en una foto. Lo importante es cuidar la higiene, las encías y el funcionamiento de la boca. Una sonrisa sana, que se cuide cada día, es mucho más valiosa y duradera que cualquier imagen falsa de perfección.
Una visita que cambió mi visión
Hace poco hablé con la gente de la Clínica Dental Mesidens. Fui por una revisión rutinaria, pero acabé saliendo de allí con una visión totalmente diferente.
Me explicaron que sí, que la estética es importante, claro que sí. A todos nos gusta vernos bien y sentirnos seguros. Pero lo primero, lo más importante, es la salud. Me hablaron de enfermedades dentales que pueden afectar a todo el cuerpo, de cómo una mala higiene bucal puede acabar provocando problemas en el corazón, y de cómo la ansiedad y el estrés se pueden reflejar en los dientes. Me abrieron los ojos.
En Mesiodens no intentan venderte una sonrisa de revista. Te hablan claro, sin rodeos. Te explican qué necesitas y por qué. No te meten prisa para hacerte tratamientos estéticos si no son necesarios. Y eso, en un mundo donde todo gira en torno a la imagen, es casi revolucionario.
Yo también caí en la trampa
Yo misma tuve mi época de querer cambiarlo todo. Me miraba al espejo y sólo veía defectos. Que si mis dientes están un poco torcidos, que si no son suficientemente blancos, que si mi cara es demasiado redonda. Me pasaba horas editando mis fotos antes de subirlas, y si no quedaban como yo quería, simplemente no las subía. Me daba miedo mostrarme como era de verdad.
¿Y sabéis qué? Eso cansa. Es agotador vivir fingiendo. Vivir con miedo de no encajar en ese molde que nos han impuesto. Porque, aunque no lo digan abiertamente, el mensaje está claro: si no tienes una sonrisa perfecta, no eres suficiente. Si no tienes el cuerpo perfecto, no vales lo mismo.
Y eso es mentira.
Necesitamos otra forma de vernos
No somos robots. No nacimos para ser clones. Cada persona es diferente, y eso es lo bonito. Pero parece que se nos ha olvidado. Y lo peor es que muchos adultos también alimentan esta locura. Padres que llevan a sus hijos a hacerse tratamientos estéticos sin que ellos los hayan pedido. Profesores que hacen comentarios sobre el aspecto físico de sus alumnos. Médicos que no te escuchan si no cumples con cierto estándar de belleza.
¿Cómo vamos a cuidarnos, si ni siquiera nos sentimos válidos tal y como somos? La sociedad nos ha hecho creer que nuestra apariencia es lo único que importa, pero lo que realmente necesitamos es ser amados por quienes somos en su totalidad. Nuestros cuerpos, aunque imperfectos, son nuestros, y merecen ser respetados y aceptados.
Si nos enfocáramos más en cómo nos sentimos por dentro que en cómo nos vemos por fuera, todos seríamos más felices, más saludables y más libres. Necesitamos fomentar una cultura en la que las diferencias sean celebradas, no juzgadas. El bienestar mental y emocional debe ser nuestra prioridad, porque solo desde allí podemos verdaderamente cuidarnos.
Quiero una sonrisa sana
Yo ya no quiero una sonrisa perfecta. Quiero una sonrisa sana, limpia, que no me duela, que no sangren mis encías, que no tenga caries. Quiero sentirme bien cuando como, cuando hablo, cuando río. Y sí, claro que me importa verme bien, pero ya no a costa de mi salud. Ya no a costa de mi paz mental.
Es cierto que la sonrisa es una de las primeras cosas que notan los demás, pero lo más importante es cómo me siento conmigo misma. Una sonrisa sana no solo se ve bien, también muestra que estoy cuidando mi cuerpo y mi mente. Cuando dejamos de preocuparnos por la perfección, podemos disfrutar más de la vida y sentirnos más seguros, sin tener miedo de no cumplir con las expectativas de los demás.
Elegir cuidar de mi salud en lugar de enfocarme solo en mi apariencia es una forma de querernos a nosotros mismos. Ya no quiero que mi bienestar dependa de lo que los demás piensen o de los estándares de belleza. La verdadera belleza está en aceptarnos como somos y cuidar nuestra salud, porque solo así podemos vivir felices y en paz con nosotras mismas.
Una reivindicación necesaria
Quiero que más chicas, más chicos, más personas, entiendan que la salud está por encima de la estética. Que un buen dentista no es el que te deja los dientes como de porcelana, sino el que se preocupa de verdad por ti. El que te dice la verdad aunque no te guste. El que te cuida, no el que te vende humo.
Y quiero que dejemos de fingir. Que podamos salir a la calle con granos, con dientes normales, con cuerpos reales. Que la belleza deje de ser una cárcel y vuelva a ser algo nuestro, algo libre. Porque lo que más brilla, al final del día, no es un diente blanco como la cal. Es una sonrisa sincera. De esas que se notan en los ojos, que salen del alma, que no tienen filtros ni ediciones.
Y tú, ¿quieres sonreír y que se vea bonito… o ser feliz?
Así que sí, la sonrisa perfecta no existe. Y los dentistas no son magos. Pero hay personas que hacen magia cuidando a otras, ayudándolas a sanar, a aceptarse, a vivir sin miedo. Como tantas personas que están empezando a hablar claro, a romper con los estereotipos, a decir basta.
Ojalá más gente escuche. Ojalá dejemos de vendernos como si fuéramos productos. Ojalá volvamos a mirarnos con compasión, con respeto, con cariño. Porque lo necesitamos. Porque estamos hartos. Porque merecemos más.
Y porque ninguna sonrisa es más bonita que una sonrisa sana y sincera. Aunque no sea «perfecta».